jueves, 13 de agosto de 2009

-Thinking-

Ser fresa.

Una vez iba en el metro y dos niñas que regresaban de la secundaria iban platicando sobre sus vidas adolescentes, siempre me he sentido atraído por las platicas de terceros desconocidos, se llama curiosidad y no me avergüenza, pues casi siempre mi curiosidad tiene fines antropológicos y estoy convencido de que es la curiosidad necesaria para el conocimiento -vamos es vital-, las niñas hablaban de una tercera que por sus comentarios ya no les agradaba tanto, una de ellas que llevaba la falda muy arriba de la rodilla y que iba escuchando reggaeton en el celular y por supuesto que hablaba con el clásico "ira" le decía a su compañera que la acusaban de fresa, la acusación lejos de parecerle ofensiva le gustaba, pues era claro que para ella ser fresa tenía un valor positivo.


Un día un conocido me invitó a que me metiera coca con él, le dije que no en varias ocasiones y en mi última negativa su contestación fue: ¡Que fresa!. La afirmación me consterno y no por sí misma sino por que me di cuenta que para él fresa tenía un valor distinto al que yo conocía, era lo mismo que mojigato, mocho o persignado.

La palabra fresa por tanto uso y valor diferente ha perdido su significado original (si es que algún día lo tuvo) podría decirse que en la actualidad ser fresa es algo distinto para cada persona.

Lo cierto es que tiene su origen en el vocabulario ochentero/noventero de las clases medias y bajas, que la usa/ba/n para clasificar a gente (generalmente jóvenes) con ciertos gustos y posibilidades económicas, es decir se usaba para definir a gente con gustos sofisticados (lo que en USA erán los Yuppi´s). La palabra fresa es de origen totalmente clase mediero y obedece al nuevo poder adquisitivo que las /antes/ clases bajas habían obtenido, tenían que buscar una palabra que los identificará. Con el tiempo la palabra se volvió aspiracional y con esto universal, ya cualquiera podía sentirse y llamarse: fresa. Ya que se adjudicaba valores que de otra manera no podría obtener. Con esto la palabra se convirtió en parte de la identidad de una nueva clase que quería ostentar, su también, nuevo poder adquisitivo.

La palabra cobró tanta fuerza que llego un momento en que no ser fresa significaba adjudicarse para sí los valores contrarios a este modus vivendi, es decir no ser fresa significaba ser naco, corriente, pobre, feo, etc.

Así a finales de los 90´s y principios del 2000 ser fresa era casi obligatorio. Esto llevo a que el adjetivo se desgastará y a que todos los valores que antes portaba se volvieran dudosos y maleables, es decir se volvió señora de todas las casas. Como siempre con el afán de distinguirse los antes fresas, renegaron del adjetivo y se mudaron a otros nuevos y más exclusivos. Aun así en la actualidad y en algunos estratos sociales ser fresa sigue acarreando valores positivos (aunque casi siempre ÚNICAMENTE aspiracionales), es decir los que se dicen fresas, no tienen para presumir mas que el adjetivo.

Atl Mendarte

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