lunes, 11 de mayo de 2009

Thinking¡¡¡

Lost in Traslation.


Hace un año o tal vez más vi en el ExTeresa una exposición que trataba sobre la influencia del curador en una obra, la exposición estaba montada sólo a través de una lista del curador anterior. La simplicidad de la lista se prestaba a que cada curador mostrará algo de su cultura a la hora de montar la exposición. Algo parecido sucede con la traducción de libros. El traducir un libro implica de alguna manera volverlo a hacer. Implica buscar pensar como el escritor. Implica no dejar huella en el trabajo final.

Revise dos versiones de Las Olas de Woolf y una de ellas tiene una traducción impecable. La de Andres Bosch que traduce para Editorial Tusquets. Otra de ellas la de Calamo para editorial Lumen es un poco menos certera y a veces parece apresurada. Le quita a los escritos de Virginia Woolf esa certeza y esa brevedad que hacen de Las Olas una novela contundente.

Pongo el primer párrafo de Las Olas. La primera parte es lengua original. Después pongo la traducción de Bosch, que a mi me parece la más acertada y después pongo la versión de Calamo. En español no hay una frase que explique este fenómeno que es el de las palabras que no sobreviven a la lengua: Lost in traslation.
The sun had not yet risen. The sea was indistinguishable from the sky, except that the sea was slightly creased as if a cloth had wrinkles in it. Gradually as the sky whitened a dark line lay on the horizon dividing the sea from the sky and the grey cloth became barred with thick strokes moving, one after another, beneath the surface, following each other, pursuing each other, perpetually.

El sol aun no se había alzado. Sólo los leves pliegues, como los de un paño algo arrugado, permitirían distinguir el mar del cielo. Poco a poco, a medida que el cielo clareaba, se iba formando una raya oscura en el horizonte, que dividía el cielo del mar, y en el paño gris aparecieron gruesas lineas que lo rayaban, avanzando una tras otra, bajo la superficie, cada cual siguiendo a la anterior, persiguiéndose una a otra, perpetuamente.

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al
cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin.

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