lunes, 9 de marzo de 2009

Historias¡¡¡

El Milagros

Julio sabe muy bien que tiene que impresionar a los de la pandilla. De eso depende su futuro y su permanencia en la agrupación. Esa noche sale a las 10 en punto. Guarda su navaja negra en la inmensidad de una de las bolsas de sus pantalones. Está nervioso. Le tiemblan las piernas. Su respiración esta acelerada. Prende un cigarro que ya fue usado más de una vez. Lo mantiene en su garganta un largo instante. No tiene miedo. Sabe que esa será su noche. Sabe como impresionar. Ha pasado largas horas planeando lo que hará. Tiene todos los pasos estudiados. Si todo sale bien lo aceptarán en la banda y todo será más fácil: ya no tendrá que pedirle dinero a su padre, hasta podría salirse de su casa. Tener un cuartito para él solo donde nadie lo moleste. Donde pueda ver la tele hasta que le duela la cabeza.


A mitad de la cuadra Julio se detiene y se para en un rincón oscuro a salvo de la luz rojiza que baja de un poste medio chueco. Sólo un brazo alcanza a ser iluminado por el resplandor: de sus bíceps nace un dragón entre rojo y verde que descansa la cabeza en su muñeca morena. La oscuridad cubre los otros cuatro tatuajes que adornan su cuerpo. Uno de la Virgen de Guadalupe. Fue el primero que se hizo. Era una manda: en una pelea callejera lo apuñalaron y sobrevivió. Los doctores no se lo explican. Su abuela le dijo que fue la Virgencita. Él también lo cree. El segundo es el nombre de su mamá que murió cuando él tenía catorce años. Otro más es el símbolo de su primera banda y el último: un rostro con una lágrima, señal de que ha estado en la cárcel.


Julio hace un silbido que rápidamente es contestado. Espera en la oscuridad mientras verifica el filo de la navaja. Hace unos movimientos con ella. Apuñala varias veces a una victima invisible. Sus movimientos no son improvisados, sabe que una vez que el cuerpo ha sido atravesado debe hacer un movimiento arriba-abajo con su muñeca. Nadie sobreviviría a eso. Se excita. Imagina al cuerpo herido frente a él. Desangrándose. Casi puede sentir como perfora sus pulmones. Ve a los otros de la banda. Impresionados. Mientras corren le dan golpecitos de aprobación. El líder lo llama. Le hacen el ritual de iniciación. Todos lo saludan como a uno más de la pandilla. Pero la voz aguda de un hombre gordo lo regresa a la realidad. – Ora cabrón deje ese fogón no te vayas a quemar.


Y Julio se ríe mientras lo saluda con una especie de juego de manos. –Ni que fuera tú pendejo.

-Oho luego luego a chingar... a ver wey tan perros los dikis ¡ehe! ¿Ladronde? ¿No qué andabas bien erizo?

-Erizo tú pendejo. Yo siempre ando forrado.

-A ora. Ya vas puesto ¿verdad?

-Como puesto pendejo. Eso es después. Ahorita hay que estar bien búhos si no nos carga la chingada. ¿Tú sí vienes verdad pendejo?

-Nomás un churrito pa los nervios bro.

-Como eres pendejo. Ni vas a sentir cuando te lleve la placa.

-No mames cabrón. ¿Cuál crees que sea el business?

-No sé carnal. Pero debe ser algo acá bien machin. No van a meter a cualquier pendejo. Yo creo que mínimo un Seven o un Oxxo.

-No seas cabrón esos tienen un chingo de cámaras y dicen que en la caja tienen un botón para avisarle a los feos. Un pendejo del barrio: El Panzón. A ese lo agarraron dándole bajón a un Seven wey. Llegaron un chingo de trocas llenas de Feos. Dicen que ni pinches diez minutos tardaron en llegar.

-Pues quien sabe Trucha. Pero el Zeus no es pendejo. Ese wey ya debe saber a donde nos va a llevar.

-No mames wey. Yo la neta estoy que me cago. Casi no vengo wey. El hombre gordo que viste unos pantalones anchos se agacha avergonzado y voltea a ver a su amigo que camina seguro y lo mira comprensivo.

-No mames cabrón ¿y eso?

-La neta no quiero acabar en el reclu. Tengo dos carnales ahí wey y no mames está cabrón. Si llegas sin ser de ninguna banda te va de la chingada.

-¿Y a fuera qué cabrón? Si no tenemos pandilla nadie nos va a respetar. Cualquier día nos parten la madre y nadie nos va a defender. Esto ya no es cosa de querer o no. El hombre alto de cara huesuda y ojos certeros se detiene y su tono de voz se vuelve solemne. –Mira wey yo también tengo miedo, que más quisiera que poder safarme pero no se puede. Esto es lo que somos y no tenemos de otra. En este país sólo hay una pinche regla: chingar. A unos les toca chingar con la ley de su parte a otros nos toca chingar con la ley en nuestra contra. Pero al final todos chingamos. Uno tiene que ser realista y entrarle. Muchos nos ven y feo y nos ven como la pinche escoria pero si estuvieran en nuestro lugar harían exactamente lo mismo. El mundo está muy pinche cabrón como para ponerse a ver si las cosas están bien o mal. Así que ay tú wey...


Y los dos siguen caminando mientras se acercan a un grupo de unos doce hombres. Todos impacientes. Mueven las manos y se ríen con carcajadas nerviosas. De vez en cuando se quedan en silencio y concentran su mirada en tres mas que están arrinconados, todos con melenas bien recogidas y con el mismo tatuaje en su brazo izquierdo. Parecen discutir sobre un tema importante. Miran con cuidado una hoja cuadrada y cuando por fin parecen estar de acuerdo gritan demandantes al grupo que atiende rápidamente:


-A ver... todos escuchen bien porque no voy a andar repitiendo. Dice el más alto y fornido de los tres mientras con sus palmas hace un sonido que parece muy bien estudiado.

-Todos los que están aquí vienen porque quieren pertenecer a los Intoxicados. Pero antes tienen que demostrar que tienen los huevos para hacerlo. Sólo se van a quedar los mejores. Tienen que demostrar que son capaces de todo por la pandilla. Hoy los vamos a dividir en tres grupos: uno va a ir con el Güero, otro con el Sonrics y otro conmigo. Dividanse de una vez... Y el silencio se rompe salvajemente y las palabras se vuelven un murmullo estruendoso de palabras revueltas y emociones desbordadas, los que se conocen se buscan y se rozan con las manos y hacen votos de confianza y los que no se conocen se vuelven hermanos y con sus tatuajes se cuentan sus proezas y sus desgracias...


El Zeus le dicen al líder de los Intoxicados que esa noche parece tan quieto y tranquilo, mientras habla parece que busca con cuidado cada una de sus palabras como si temiera decir una que no es la apropiada. Mira con atención a cada uno de los cuatros que están rodeándolo. Sabe observar a la gente, sabe identificar a los que sirven y a los que no. Alguna vez mientras platicaba dijo que lo importante era tener decisión. Busca entre esos cuatro que lo miran con respeto algún rasgo de los que él busca. Uno le llama la atención: tiene rasgos delgados pero toscos, su piel morena le da un aire de misterio y su mirada parece dispuesta.


Mientras prende su cigarro decide que lo seguirá con atención. –La cosa está así. Vamos a ir a la Farmacia que está a cuatro cuadras. Todos los días recogen el dinero en la mañana. Eso quiere decir que a estas horas tienen la ganancia de un día entero. Unos 30 mil pesos mínimo. No es mucho pero es un buen principio para ustedes. En el local hay tres personas: dos vigilantes y un empleado. Dos de ustedes van a agarrar a los vigilantes, sólo uno tiene pistola. El ruco es el que la tiene. Si los encañonan y no se ponen nerviosos no dan problema. Los otros dos van a ir con la empleada y van a vaciar las cajas. Son cajas normales. No tienen ninguna protección extra lo único que tienen que cuidar es que no presione la alarma. Es una de esas alarmas silenciosas si la activan los feos llegan en 3 minutos. Y tenemos que vaciar tres cajas. Los que se quedan con los vigilantes los tienen que amarrar. Si alguien la caga queda fuera y si a alguien lo detienen y suelta algo de nosotros iremos a hacer una visita a sus jefas o a sus escuincles. Así que ándense con cuidado. En la cárcel a los maricones ya saben como les va. Si alguno siente que no va a poder de una vez...


Julio voltea a ver a la Trucha que parece dudar. Todos se quedan en silencioso esperando la señal de inicio. El Zeus los mira detenidamente y continúa su discurso: -Yo voy a ir con ustedes pero sólo voy a observar como lo hacen. Si nadie se va a rajar vamos de una vez. Ya saben el que la riegue queda fuera. Y Zeus se adelanta sin decir palabra y atrás lo siguen los cuatro ansiosos. Algunos con dudas y miedo pero todos dispuestos a hacer lo que tienen que hacer. Cuando están a una cuadra de la Farmacia Zeus detiene el paso y da un vistazo a su alrededor. –Tú y tú, señala al Trucha y a otro robusto personaje, van a agarrar a los vigilantes. Los otros se esperan afuera hasta que vean que ya está hecho y después entran por la cajera. Acuérdense del botón... Vamos.

Y los dos primeros corren nerviosos. Su corazón no deja de latir. Por su mente pasa un montón de cosas: algunas no las entienden. Recuerdan las palabras y tratan de visualizar lo que harán. Uno piensa en lo que dirá. Repite. Visualiza sus gestos y cuando están dentro todo inicia:


El más robusto toma la iniciativa y rodea con su brazo desnudo el cuello del vigilante que tiene más miedo que él. La trucha hace lo mismo con el más viejo, su brazo delata su nerviosismo, el viejo se lamenta silenciosamente. Uno de los dos, no se nota bien cual dice: -Quietesitos ya nos los chingamos si se ponen cooperadores en un ratito nos vamos. Y a la mitad de las palabras entran los otros tres y rodean a la cajera que llora y reza una oración que ninguno reconoce. Julio toma el control y la mira con los ojos bien abiertos. La cajera llora con más fuerza porque esa mirada la aterra. –A ver reinita ya sabes que hacer, si te haces la lista te carga la chingada. Y desenfunda la navaja y la acerca a su cuello tanto que ella siente como brota una chispa de sangre. –No. Por favor no, les doy todo pero por favor no. Y Julio quita la navaja y la cajera trata de controlar su temblor y junta el dinero suelto en unas bolsas de plástico.


Y el Zeus observa todo como un ser omnipresente. Estudia cada palabra y cada reacción. Es como si oliera las sensaciones de todos los que están ahí. Julio lo sorprende. Tiene garra y tiene valor. Lo mira con detenimiento. Piensa que es un buen elemento. Lo es porque sabe muy bien que la banda es su única opción. Y mientras toma el dinero con una mano con la otra la cajera busca el botón rojo que le dijeron debe presionar en caso de asalto. Está aterrada pero tiene que hacerlo. Por fin lo encuentra. Lo presiona suavemente y con mucho cuidado, los encapuchados están tan atentos mirando el dinero que no se dan cuenta. Trata de hacer tiempo. Tira un fajo de billetes y lo recoge en cámara lenta. Julio se pone nervioso. Empieza a gritar un montón de palabras sin sentido. La mira a los ojos y acerca su boca a su cara. Y su navaja a su cuello. Sus palabras son interrumpidas por el sonido de una sirena que se acerca. Todos pierden el control. Empiezan a moverse ansiosos en sus lugares. Los oficiales tratan de soltarse. Uno recibe un golpe en la cabeza y es derribado. El otro, el más viejo, el de la pistola, empieza a gritar: Ya se chingaron pinches vividores. Y la trucha piensa en los relatos de sus hermanos que están en el reclusorio. Se imagina adentro. Sólo y sin banda, sometido a los otros más fuertes. Tiembla. Trata de amarrar al viejo pero se mueve mucho. Su pistola se tambalea. El está a punto de llorar. Quiere correr pero sus piernas no le responden pronto los sonidos que antes eran claros se convierten en ruidos que no alcanza a comprender.


Y Julio mira a la cajera y le da un puñetazo. Las sirenas suenan cada vez más cerca. Con una mano junta todo el dinero que faltaba. Desenfunda la navaja y la acerca al vientre delgado de la cajera que ahora grita. Sus miradas se juntan. Ella siente el frío del metal perforando su estomago, él siente como el filo de su navaja parte la piel que se resiste. Voltea a ver a Zeus que lo mira atento. Regresa su mirada a la herida. Recuerda los movientos. El tiempo se detiene. Sólo piensa en Zeus que lo mira. Arriba. Abajo. El movimiento es rápido. La mirada de la cajera se pierde. Las sirenas se acercan. Zeus lo mira y una sonrisita se dibuja en su rostro. Julio lo hizo. Ya no tiene miedo. En un segundo todo pasa: los sonidos de las sirenas, los gritos de los otros, el llanto de la cajera que se rompe en un silencio estremecedor, el sudor frío que brota de todo su cuerpo, la mano de Zeus apretando su brazo. Y corren. Corre lo más rápido que puede. Sus piernas lo presionan. Las siente frías pero rodeadas de ese sudor que hierve. Mientras corre voltea a ver a la trucha. Viene atrás de él, junto con los otros. Todos ven a Julio que corre orgulloso. Unos policías vienen detrás. Escuchan sus gritos: -Deténganse o disparamos. Nadie los obedece. Ellos disparan.


La Trucha comienza a llorar. Julio no. Se siente poderoso. Inmortal. Corre. Y de pronto los chillidos de la Trucha se detienen. Un cañonazo lo derriba. Julio voltea, lo mira caer. La Trucha lo busca con los ojos. Dice algo. No lo entiende. Julio se detiene. Lo mira. Es momento de una decisión que lo cambiará todo. Las sirenas. Los gritos de la policía. El sonido de la calle. Y Julio en pausa. Enfrentándose al gran cuestionamiento de toda existencia. A ese ser o no ser de Hamlet. Y Julio decide. La policía se acerca. Sus miradas se juntan. La Trucha llora herido. Julio mueve la cabeza y sigue corriendo. Corre tan fuerte como puede. Ya es invencible. Nada lo detiene.



Una hora después los cuatro que lo lograron se reúnen alredor del Zeus. Él sólo ve a Julio. Lo mira a los ojos como si lo retará y le dice: -¿Por qué te chingaste a la vieja?

Y Julio no siente miedo y contesta sin ninguna culpa: -Porque tocó la alarma. Tenía que hacerlo. Y en sus ojos hay algo extraño que Zeus no entiende. Es como si Julio tuviera una certeza, animal pero certeza, de que lo que hizo era su obligación. Su responsabilidad. En ese momento el Zeus comprendió que Julio había entendido su papel en la cadena alimenticia. El hombre se río maliciosamente y preguntó: -¿Cómo te llamas?

Y Julio lo miro directamente y dijo: -Me dicen El Milagros

-¿Y eso?

-Es que me apuñalaron dos veces en un pulmón y pus no me morí.

-Ta bueno Milagros. Mañana aquí a la misma hora. Esto fue sólo para ver quien servía. Mañana viene lo de a de veras.

Y el hombre moreno y fuerte se despidió como se despiden los hermanos de la pandilla. Luego se perdió en la inmensidad de la calle y el Milagros se fue caminando. Camino hasta que el sol se asomó en el cielo. Entonces se detuvo y regreso a su casa. Mientras caminaba sonreía y sólo él entendía por qué lo hacía.


Atl Mendarte


Imagenes cortesia de Jerry Haltaway

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Chingon chingon
Escribes muy bien, no pare de leer. Voy a seguir checando lo q haces.

Anónimo dijo...

Hola Atl.
Fue grato volver a saber de ti, la verdad cuando vi que ya no escribias gay city me decepcione un poco, espero que la vuelvas a escribir. Aun asi todo lo que lei fue muy bueno. Eres muy talentoso. Lei tu cuento sin detenerme. Se un poco de literatura y creo que tu relato está muy bien logrado. Me gusta mucho como enfrentas al Milagros a ese gran momento que todos debemos vivir, el de definirnos.
Felicidades y por favor no nos abondenes.

Atl Mendarte dijo...

Gracias Leo. Sí porfa sigue leyendo y comentando eso es bueno... saludos

Atl Mendarte dijo...

Gracias Leo, que bueno que te haya gustado y por fa sigue leyendo y comentando, un saludo

Anónimo dijo...

Muy bueno flako. Te hace bien ver cine mexicano...

Anónimo dijo...

Ha nacido un antihéroe: El Milagros!!! Muy chido, un gran personaje, me sentí dentro de un cómic siguiendo muy de cerca al Milagros. Es un inmortal!

Atl Mendarte dijo...

Luis: Gracias, la vi contigo...

Atl Mendarte dijo...

Charly: Este es mi cuento favorito, siento q es el mejor logrado. Amo el final. El personaje me encanta, creo que este cuento está lleno de mi visión de las cosas, gracias por los comments amigo. BESOOOO