domingo, 8 de marzo de 2009

Something¡¡¡

Letras Libres, Si Dios no existe..., Marzo 2009.

Apuntes sobre Sin Dios de Steven Weinberg.

De acuerdo con Edward Gibbon, la Iglesia bizantina sostuvo que “el estudio de la naturaleza era el síntoma más certero de una mente descreída”. Quizá la descripción más conocida de este conflicto sea un libro publicado en 1896 por el primer presidente de Cornell, Andrew Dickson White, bajo el título Una historia de la guerra entre la ciencia y la teología en la cristiandad.


Pienso que entre la ciencia y la religión hay, si no una incompatibilidad, sí al menos lo que la filósofa Susan Haack ha denominado una “tensión”, tensión que ha ido debilitando paulatinamente las creencias religiosas serias, especialmente en Occidente, donde la ciencia ha avanzado más.


No creo que la tensión entre ciencia y religión sea sobre todo el resultado de las contradicciones entre los descubrimientos científicos y las doctrinas religiosas específicas. ... Galileo, en su famosa carta a la Gran Duquesa Cristina, señaló que “la intención del Espíritu Santo es enseñarnos a andar hacia el cielo, y no cómo anda el cielo”, y esta no era sólo su opinión: Galileo citaba a un príncipe de la Iglesia, el cardenal Baronio, bibliotecario del Vaticano.


Explicar tal o cual cosa acerca del mundo natural no excluye, por supuesto, las creencias religiosas. Pero si la gente cree en Dios porque ninguna otra explicación parece posible para una multitud de misterios, y si, con los años, estos misterios se resuelven uno a uno desde un punto de vista naturalista, entonces es de esperarse un cierto debilitamiento de la creencia.


Lo importante es que no hemos observado nada que parezca requerir de la intervención sobrenatural para ser explicado. Hoy hay quienes se aferran a las lagunas que aún quedan en nuestro conocimiento (tales como nuestra ignorancia en torno al origen de la vida) como evidencia de un Dios. Pero, conforme pasa el tiempo y más y más de estas lagunas desaparecen, esta postura no parece mostrar sino a un grupo de personas que se obstinan en mantener opiniones superadas.


Hemos tenido que admitir que nuestro hogar, la Tierra, es sólo otro planeta más que circunda nuestro Sol; que nuestro Sol es sólo una entre miles de millones de estrellas en una galaxia que es sólo una entre miles de millones de galaxias visibles; y que quizá toda la nube de galaxias en expansión sea sólo una pequeña parte de un multiverso mucho más grande, la mayoría de cuyas partes son completamente inhóspitas para la vida. Como ha dicho Richard Feynman, “la teoría de que todo está dispuesto como un escenario para que Dios presencie la lucha del hombre entre el bien y el mal parece inadecuada”.


Lo más importante hasta ahora ha sido el descubrimiento, por parte de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, de que los humanos nacieron de otros animales gracias a la selección natural y su acción aleatoria de variaciones hereditarias, y sin necesidad de un plan divino que explicara el advenimiento de la humanidad.


El mundo siempre necesita héroes, pero no le haría mal un menor número de profetas.
Si bien me es imposible demostrarlo, sospecho que cuando los encuestadores les preguntan a los estadounidenses si creen en Dios, o en los ángeles, o en el cielo o el infierno, estos sienten que su deber religioso es decir que sí, sin importar lo que realmente crean.


Para muchas personas, lo importante de la religión no es un conjunto de creencias sino multitud de otras cosas: un conjunto de principios morales; reglas sobre el comportamiento sexual, la dieta, la observancia de días sagrados, etcétera; rituales de matrimonio y duelo; y la seguridad que brinda la filiación con otros creyentes que, en casos extremos, autoriza el placer de matar a quienes tienen una filiación religiosa diferente.


Para algunos también existe una suerte de espiritualidad –sobre la que escribió Emerson, y que yo mismo no comprendo- descrita a menudo como un sentimiento de comunión con la naturaleza o con toda la humanidad, y que no implica creencias específicas en torno a lo sobrenatural.
La religión se basa en cosas externas al hombre (Dios, la vida después de la muerte, la creación, la venida del espíritu santo, el infierno, la gracia...) porque son precisamente estas cosas las que el hombre no se puede explicar. De hecho en eso radica el mal de las religiones te centra en cosas que no existen. Esa es la FE. De ahí la aferración de los religiosos, sí les quitas su espiritualidad quedan suspendidos en un mundo que no pueden explicar. Que no reconocen. Un mundo en donde ellos no tienen parte. Les quitas su finalidad, su razón de ser. Ese es el éxito de la religión dejar al hombre sin razón de ser. Sin ese Dios, que es para ellos EL TODO, se quedan sin nada.


Antes bien, me propongo ofrecer a aquellos que ya han perdido sus creencias religiosas, o que podrían estar perdiéndolas, o a aquellos que las pierdan en el futuro, unas cuantas opiniones –sin ninguna base erudita– sobre cómo es posible vivir sin Dios.


En primer lugar, una advertencia: debemos tener cuidado con los sustitutos. Ya se ha señalado con frecuencia que los más grandes horrores del siglo XX fueron perpetrados por regímenes –como la Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin o la China de Mao– que, al tiempo que rechazaban todas o algunas enseñanzas religiosas, copiaban las peores características de la religión misma: líderes infalibles, textos sagrados, rituales masivos, ejecución de apóstatas y un sentido de comunidad que justificaba el exterminio de quienes estuvieran fuera de dicha comunidad.


Entre más reflexionamos sobre los placeres de la vida, más extrañamos esa grandiosa consolación que nos solían brindar las creencias religiosas: la promesa de que nuestras vidas continuarán después de la muerte, y de que en esa vida después de la muerte nos encontraremos con las personas que hemos amado. Conforme las creencias religiosas se debilitan, más y más de nosotros sabemos que después de la muerte no hay nada. Esto es lo que nos hace cobardes.
Cicerón ofrecía consuelo en su De Senectute, argumentando que resulta tonto temer la muerte. Después de más de dos mil años sus palabras aún no tienen ni el más mínimo poder de consolarnos. Philip Larkin fue mucho más convincente acerca del temor a la muerte:
Ningún ardid disipa esta manera de temer. Ese brocado musical y apolillado que es la religión, que finge que hay vida tras la muerte, lo ha intentado. Se ha dicho que ningún ser racional puede temer lo que no siente, sin ver que eso es lo que tememos justamente: nada de vista ni de olfato ni de tacto, nada de gusto ni de oído, nada con qué pensar o amar, con qué enlazarnos, tan sólo la anestesia sin retorno.


Vivir sin Dios no es fácil. Pero la dificultad misma que conlleva ofrece otra consolación: que hay un cierto honor, quizá tan sólo una adusta satisfacción, en enfrentar nuestra condición sin desesperanza y sin ilusión, con buen humor, pero sin Dios. ~


Letras Libres, Si no hay Dios..., Marzo 2009

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